lunes, abril 14, 2008

LA MUERTE ES FRÍA (relato)

LA MUERTE ES FRÍA

Sentí me daban golpecitos suaves en el hombro y me decían en un susurro casi imperceptible -ya señora, se ha muerto, puede retirarse de la sala- pero no me di cuenta que esas palabras iban dirigidas a mi. Yo tenía frente a mí, un cuerpo relajado, metido dentro de un sueño profundo, los párpados cerraban unos ojos tranquilos, nada mostraba en ese rostro una señal de dolor o sufrimiento y su pecho subía y bajaba en una respiración normal. Era como si durmiera nada más pero lejos de su rumbo, en una cama que no era la suya, en un lugar que no era su casa.
Me sacudían la conciencia las palabras del médico jefe que media hora atrás me había dicho sin blanduras ni caricias envolventes para suavizar los hechos –se va a morir en un par de horas- aunque le creí, no lo pude asimilar.
La máquina que medía las pulsaciones del corazón, había largado su último pitazo hacía ya un par de minutos. Yo miraba todo ese andamiaje puesto alrededor de él, como un misterioso edificio construido en cinco segundos. Me habían puesto una pastilla bajo la lengua y asumí mi tranquilidad al efecto que esta estaba dejando en mi.
Me di vuelta para mirar a quien me tomaba ya del hombro para retirarme forzadamente del lugar. Argüí -¿cómo va a estar muerto si aún respira?- y con esa facilidad que tienen los médicos de las urgencias, me respondió prescindiendo de toda delicadeza –está muerto señora, sólo que sigue conectado al respirador artificial, debe salir ahora de la sala-

Así me enteré había muerto el que fue el compañero de mi vida, el padre de mis hijos, el ser con el que compartimos tantas buenas, tantas malas, mil cosas se arremolinaron de pronto por mi cabeza. Me preguntaba a mi misma -¿esta es la muerte?- sin poder responderme nada. No sé porque no sentía pena, ni lloraba, ni gritaba como se supone debía hacerlo. Estaba pasando al estado de “mujer viuda”, sola, acabada en la esencia de señora de…sin embargo no sentía nada, ahí supe lo que era estar vacía. Veía los abrazos sin sentirlos en mi cuerpo, el llanto de quienes me rodeaban, los ojos atónitos de mis amigas y mi hijo que me arrastraba para que pudiera poner un pie delante del otro y moverme de ese sitio. No lloré ni pude hacerlo en todo el día. La vertiginosa actividad que me envolvió, me hizo sentir que respiraba en un mundo ajeno, que si bien lo estaba viviendo, lo miraba desde fuera. Era yo y al mismo tiempo no lo era.

Ahora entiendo porque la muerte es fría, a mi se me enfrió hasta el pensamiento ese día.


(Freya)
Abril 14 del 2008

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